Una palabra para continuar
Me gusta escribir, siempre, desde niña me ha gustado escribir (y hablar, para preguntar por qués y ser muy sabionda).
Esa impaciencia innata que me acompaña desde que llegué a este planeta efervescente, me convenció por casi toda una era, de que no podía ser capaz de escribir pues “nunca” me sentaría detrás de una “maquinita” por horas, a enredar palabras, mientras se podía jugar con la arena, o tocar una nube con las alas de mis hadas o amar a la deriva o sembrar un milagro.
No, eso no era para mí, yo debía caminar mucho con zapatos grandes para llegar bien lejos. donde me esperaba mi sueño.
¿Pero… y poeta? ¡Poeta yo! ¿Yo poeta? No sé.
Verdad que me gusta dibujar palabras que canten bonito, y tengan más colores que los que ve la montaña y vuelen tan alto que las toque Dios.
Sin embargo, definitivamente no podía ser escritora con esa jiribilla en la sangre, que no me hacía quieta, ni me dejaba posarme por un rato ni en una calabaza.
Y pasaron los años y crecí, crecí tanto que casi me deshojo y se me enfrió la sangre en la sorpresa de lo absurdo, ante el dolor que rezuma la corteza de mi patria.
Ya no voy como el correcaminos, ahora mis pasos me duelen en sus marcas, pero ahora sé que puedo escribir, no como Cervantes ni como Lorca o Vallejo pero sí como yo, con mis imprecisiones y mis despistes y aún desde adentro.
¡Voy a escribir! A pesar de los que me niegan y me cuentan años como el que contabiliza estrellas que se les esfuman, pues los años y las estrellas son luz de vida incontable.
A lo mejor, quién sabe, con este vivir tanta historia increíble de las verdes y las maduras, con este dejar mi esqueleto trabado en una riña por honor, con esta defensa a ultranza de mi derecho y de mi izquierdo, va y se me dan, muertas de amor por mí, las palabras necesarias para decir con algo de talento y hasta con la mesura imprescindible que me haga creíble ante los que no me sienten.
Necesito esas palabras para ayudar a los míos con mi decir, escribiendo, denunciando de aquí hasta la luna, toda, todita la maldad de esos gnomos advenedizos que se han robado la savia de mi tierra.
Fue así que un día, cuando creí que se me había ido despavorida cada letra a otra galaxia del tiempo, y se me quedaron mudas las palabras que suenan a esperanza y me desmayé de miedo por las miles de horas en el desierto y olvidé escribir; una sola de ellas, una aparente sencilla palabra que se quedó rezagada en la estampida, logró levantarme y me sostuvo con su aliento la cordura.
Estaba sola, era única y parecía una indefensa palabra, Libertad.
19 de Agosto de 2012
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